lunes, 28 de marzo de 2011

la armada invencible

Armada Invencible
Parte de Guerra anglo-española (1585-1604)
Loutherbourg-Spanish Armada.jpg
Derrota de la Armada Invencible, óleo de Philippe-Jacques de Loutherbourg (1796)
Fecha 8 de agosto de 1588
Lugar Canal de la Mancha, cerca de Gravelinas, Francia (anteriormente posesión de las Provincias Unidas)
Resultado Derrota de la armada española debido al fuerte temporal. Inglaterra no es invadida.
Beligerantes
Bandera de Inglaterra Inglaterra
Bandera de los Países Bajos Provincias Unidas
Bandera de España España
Bandera de Portugal Portugal
Comandantes
Charles Howard
Francis Drake
Walter Raleigh
John Hawkins
Martin Frobisher
Lord Henry Seymour
William Winter
Alonso Pérez de Guzmán el Bueno y Zúñiga (VII duque de Medina-Sidonia)
Alejandro de Farnesio (duque de Parma)
Juan Martínez de Recalde
Miguel de Oquendo
Martín de Bertendona
Fuerzas en combate
34 navíos de guerra
163 navíos mercantes
30 navíos de las Provincias Unidas (no entraron en combate)
2.000 cañones
20.000 hombres
20 galeones
4 galeras
4 galeazas
25 urcas
35 naos
10 carabelas
11 zabras y pinazas
20 pataches
2431 cañones
30.000 hombres
Bajas
6.000–8.000 muertos en combate
400 heridos
60 barcos perdidos
15.000–20.000 muertos
800 heridos
397 prisioneros
La Grande y Felicísima Armada, conocida comúnmente como Armada Invencible o Armada Española, fue el nombre que dio Felipe II a la gran flota que armó en 1588 para apoyar la invasión de Inglaterra durante la Guerra anglo-española de 1585-1604. El envío por parte de Felipe II de esta flota, con la intención de aprovisionar a los Tercios de Flandes los cuales serían los encargados de invadir la isla[1] y controlar así la política exterior inglesa (principalmente en lo referente a la piratería y la guerra de Flandes), supuso el comienzo de las hostilidades de una guerra en la que finalmente España consiguió que Inglaterra solicitara la paz y firmara un tratado favorable a los intereses de la monarquía hispánica en Londres (1604). No obstante, esta campaña naval tradicionalmente se viene considerando como una derrota española y a la luz de las últimas investigaciones históricas no fue tal, a menos que se considere eso a no conseguir los objetivos que tenía previstos debido al extravío de los navíos en el temporal y no como consecuencia de numeroso hundimientos o de batalla entre los dos titanes que impidiera el desembarco de 30.000 hombres en las costas inglesas. Aun así, después del fuerte temporal frente a Escocia e Irlanda, más del 80% de los navíos llegaron a las costas españolas.[2] Sin embargo, la supremacía española en los mares permanecería indiscutida hasta la Batalla de las Dunas (1639).[3] Además su posición como primera flota del mundo se afianzó aún más cuando los ingleses crearon su Armada Inglesa un año después de esta operación, y fracasaron igualmente frente a las costas de Galicia y Lisboa.
Debía mandarla el almirante de Castilla Don Álvaro de Bazán, marqués de Santa Cruz, pero murió poco antes de la partida de la flota, siendo sustituido a toda prisa por Alonso Pérez de Guzmán (VII duque de Medina-Sidonia), Grande de España. Estaba compuesta de unos 127 barcos.
plan

La idea era recorrer el Canal de la Mancha y recoger un ejército español de 30.000 hombres dirigido por Alejandro Farnesio (duque de Parma); éstos pasarían el canal en barcazas protegidos por la flota para desembarcar en la costa del condado de Kent.

Preparativos

El 19 de febrero de 1588, Alonso Pérez de Guzmán recibe el anuncio de la muerte del Marqués de Santa Cruz y la orden de partir a Lisboa.[4] La Grande y Felicísima Armada se queda sin el arquitecto que la diseñó y Felipe II encomienda el mando de la empresa a Alonso Pérez de Guzmán el Bueno y Zúñiga, VII Duque de Medina-Sidonia, quizás por razones más políticas que militares, quien no tiene menos reparos en la misión que su predecesor.
La batalla entre la Armada española y la flota inglesa.
Es fácil comprender la desesperación del duque quien, según algunos autores afirman, había declarado de sí mismo «no soy hombre de mar, ni de guerra», aunque en su descargo y según las cartas enviadas al rey podemos leer en concreto:
V.M. me mandó viniese a Lisboa a aparejar esta armada y traerla a mi cargo. Y en aceptar la jornada propuse a V.M. muchas causas propias de su servicio, por do no convenía el que yo la hiciese, no por rehusar el trabajo, si no por ver que se iba a la empresa de un reino tan grande y tan ayudado de los vecinos y que para ello era menester mucha más fuerza de la que V.M. tenía junta en Lisboa. Y así rehusé este servicio por esta causa. Y por entender que se facilitaba más a V.M. el negocio de lo que algunos entendían, que sólo miraran a su real servicio, sin más fines.[5]
Así, lo fácil de comprender en este caso eran sus preocupaciones en relación a la premura que exigía el rey y el mal estado de aquella armada. Una armada mal pertrechada, sin el personal necesario ni el apropiado. Una armada diseñada apresuradamente que él tenía que disponer en un demasiado corto espacio de tiempo y sin apenas hombres (9.000):
...aunque hayan escrito a V.M. de aquí, que esta armada estaba tan a punto y en orden que podría partir dentro de pocos días, después que yo he llegado la he hallado tan diferente de esto, que fuera imposible poderse hacer, pues todo lo que yo he hecho después que llegué y lo que se va haciendo es tan necesario, que si no se hiciera dentro del puerto, fuera la armada a mucho riesgo, porque toda la artillería se ha mudado, por ser ymposible poder servirse della de la manera que estaba puesta, y otras muchas cosas de esta calidad que han sido menester de mudarse.[6] [7]

 Batalla

Derrota de la armada invencible, pintura de Philippe-Jacques de Loutherbourg (1796).
Apenas hubo zarpado la Armada, las galernas dispersaron la flota frente a La Coruña, empujando a algunos barcos hasta el sureste de Inglaterra, y a otros hacia el golfo de Vizcaya. Llevó más de un mes volver a reunir la flota. Por su parte, el duque de Medina-Sidonia volvió a aconsejar una vez más al rey que desistiese de la empresa o que le relevase del mando.
Al mismo tiempo, los ingleses enviaron a la desesperada una flota de guerra destinada a enfrentarse a la Gran Armada mientras ésta se hallaba amarrada en La Coruña, pero las condiciones meteorológicas eran tan malas que los ingleses ni siquiera consiguieron llegar a España y hubieron de regresar a sus puertos.

Contratiempos

A partir del 22 de julio, cuando alcanzaron el golfo de Vizcaya, las fuertes tormentas y el estado de la mar provocaron que para el 28 del mismo mes una parte de la flota (40 barcos) se hubiera perdido y separado del resto. Tuvieron que pasar otros dos días más para que los barcos perdidos regresaran al grueso de la flota. Desafortunadamente para ellos ya habían sido avistados por el barco inglés Golden Hind, comandado esta vez por Thomas Fleming, quien tuvo tiempo de dar la voz de alarma mientras la «Grande» aún se recomponía. Cuando la Armada alcanzaba la altura de Fowey, los faros costeros ingleses ya anunciaban su presencia.
De este hecho, el aviso de Fleming a Drake sobre la llegada española, nace una de las muchas, aunque poco probable, leyendas o mitos acerca del comentario de Drake cuando jugando a los bolos en Plymouth Hoe le llegó la noticia del avistamiento de la «Grande»:
Tenemos tiempo de acabar la partida. Luego venceremos a los españoles.
Lo que sí es cierto y un hecho es que la flota inglesa fondeada en Plymouth no tenía posibilidades de zarpar, ya que ni el tiempo ni la mar se lo permitían en ese momento. Con la brisa en contra y la subida de la marea, la flota inglesa se encontraba atrapada en el puerto. Además en esos mismos instantes la Armada Invencible navegaba viento a favor, a barlovento.
Algunos historiadores, muchos de los cuales basan la derrota en la incompetencia de Medina-Sidonia, afirman que el segundo al mando, Diego Flórez Valdés (también se barajan otros nombres como Oquendo y Recalde), sugirió al comandante de la flota copar a los ingleses mientras se encontraban incapacitados en el puerto. Pero es de suponer, y no deja de ser otra conjetura aunque probable, que Medina-Sidonia, llevado por la obediencia ciega a su rey, tenía unas directrices inamovibles a seguir: «reunirse a toda costa con las tropas que esperaban en Flandes y lanzarse sobre Inglaterra en cuanto les fuera posible».
A todas luces era un plan simple que aquella inmensa y potente flota podría completar sin problemas, dada la estimación hecha sobre la flota enemiga.
Parece habitual que se mencione reiteradamente dicha incompetencia de Medina-Sidonia, pero por otro lado, algunos autores consideran que siempre actuó eligiendo la mejor y más coherente de las opciones para la flota.[9] Así, en definitiva, no parece haber constancia de la advertencia del segundo sobre atacar a la flota inglesa en puerto y las afirmaciones, quizás exageradamente humildes dado su carácter modesto y obediente, de Alonso Pérez de Guzmán sobre sí mismo pudieron contribuir a esta idea de incompetencia sobre su liderazgo de la flota en materia militar.

 Primeros encuentros

El 31 de julio, la flota inglesa comienza a avasallar tímidamente a la Armada Invencible y, al margen de los primeros contactos y estimación del poderío adversario, se realizan por parte inglesa los primeros ataques con tímidos cañoneos a larga distancia.[10] En una de estas refriegas ocurren dos accidentes no tan importantes para la «Grande» como el botín conseguido por los ingleses: se pierden dos galeones españoles, el navío insignia de Pedro de Valdés al mando de la flota andaluza (11 navíos) San Salvador y el Nuestra Señora del Rosario.
En el primero parece ser que explota la santabárbara del buque, el pánico y desconcierto del personal a bordo hacen que éste se entregue y quede a merced de Drake. De nuevo, algunas leyendas afirman que fue la consecuencia de un acto de sabotaje inglés, pero tampoco hay constancia de nada que se parezca a este hecho.
El otro galeón, el Nuestra Señora del Rosario, en una maniobra de abordaje sobre un navío inglés, choca con otro barco español, quedando inutilizado su mástil y, por lo tanto, sin posibilidad de hacer frente a ningún ataque... Corre la misma suerte que el San Salvador, queda a merced de los ingleses junto con su tripulación y ambos acaban en los puertos de Weymouth y Dartmouth, respectivamente.
La pérdida de dos navíos importantes como los mencionados, así como las pequeñas refriegas, no fueron tan graves para los españoles como el botín conseguido por los ingleses, ya que, al menos uno de ellos, iba repleto de víveres, munición (aunque poco quedaría del San Salvador) y demás material para el aprovisionamiento de la «Grande». Dadas las circunstancias posteriores y las dificultades de la Armada para fondear en Flandes, ambos navíos quizás hubieran sido de una importancia cualitativa.
Aun así, parece evidente que dos galeones de los 137 navíos españoles no parecía, en aquel momento, una gran pérdida cuantitativa. Cuando los problemas empezaron a superar a la «Felicísima», cualquier navío, por poco importante que pareciera, se convirtió en vital para su objetivo.

El Canal

Mapa de la ruta seguida por los navíos de la Armada Invencible.
El 2 de agosto de 1588, a la altura de Las Gravelinas, la Gran Armada tuvo su primera y única escaramuza importante contra una flota inglesa mandada por sir Francis Drake.
Los ingleses volcaron toda su furia artillera sobre los españoles, y finalmente Drake envió varios barcos en llamas (brulotes) contra la flota española, que trataba de aislar al barco de Drake. Los ingleses intentaron detener a la Gran Armada hasta agotar totalmente su munición, pero tras constatar la superioridad y la potencia de fuego española, la flota inglesa se dio a la fuga, llevando nuevamente a Inglaterra noticias de una Armada Invencible. Con esto queda desmentida la teoría de la superioridad cañonera inglesa; los hechos históricos describen una actuación más típica de una flota inferior enfrentándose en la medida de sus posibilidades a otra muy superior y más poderosa, con la esperanza de retrasar en la medida de lo posible la inevitable invasión de Inglaterra.
Éste fue el mayor enfrentamiento naval de la Grande y Felicísima Armada contra la marina inglesa, resultando un barco hundido y otros seriamente averiados, 300 víctimas por parte española frente a unos 200 muertos por el lado inglés. Resulta reseñable que los españoles no consideraron la puesta en fuga de la flota inglesa como una victoria naval, pues además de haber sufrido más víctimas, su objetivo durante el combate no era ya la destrucción de la flota inglesa, sino la captura de Francis Drake.
A estos hechos siguieron las grandes dificultades de la Gran Armada para recalar en los puertos flamencos y un empeoramiento repentino de las condiciones meteorológicas en la zona, lo que llevó a la flota inglesa a recalar en sus puertos esperando un milagro, y a la dispersión de la flota española hacia el Mar del Norte y el Mar de Irlanda con los subsiguientes desastres y hundimientos en las abruptas y tormentosas costas británicas, que causaron un gran número de bajas entre los españoles.
Así pues, el desastre de la Grande y Felicísima Armada ha de ser considerado, desde un punto de vista objetivo, un gran fracaso español y no una gran victoria militar inglesa, como tantos historiadores y cronistas anglosajones han pretendido durante siglos.
Se cuenta que a la vuelta de la Armada a España, Felipe II dijo: «Yo envié a mis naves a pelear contra los hombres, no contra los elementos».[9] Sin embargo, muchos autores opinan que esa frase es falsa. Más bien apuntan a que Felipe II sufrió una crisis de fe al verse abandonado en aquella misión que consideraba sagrada. En el margen de una de las cartas enviadas al duque de Parma, autores como Carlos Gómez-Centurión sí dan por escrita por el propio rey la frase: «En lo que Dios hace no hay que perder ni ganar reputación, sino no hablar de ello».[9]

Tergiversaciones históricas

Quizá la primera y la más extendida de las tergiversaciones que sucedieron al desastre de la Armada, es precisamente la de traducir dicho desastre en una victoria militar inglesa.
El abandono de la pretensión de invadir Inglaterra por parte de la Grande y Felicísima Armada se debe atribuir principalmente a la muerte en febrero de 1588 por fiebres tifoideas del genial almirante que había diseñado la Armada y que estaba destinado a mandarla, don Álvaro de Bazán, y a la imposibilidad de utilizar libremente los puertos de Flandes debido al levantamiento contra el dominio español que se daba en aquella zona.
La afirmación, carente de base y comúnmente aceptada incluso en España hasta fechas recientes, de que la Gran Armada estaba formada por «navíos muy pesados, que habían sido derrotados por los navíos ingleses mucho más ligeros y con cañones de más alcance» ha sido calificada recientemente por diversos historiadores como un absurdo, ya que la flota fue diseñada por uno de los más notables marinos que hubiese dado España, vencedor de la batalla de Lepanto, la batalla de la Isla Terceira y experto en el combate naval oceánico. Diversos historiadores navales militares afirman que, en principio, la Grande y Felicísima Armada estaba perfectamente concebida y diseñada para el propósito que se le había encomendado.
Lisboa, protegida de forma natural por el estrecho acceso de la boca del Tajo y capaz de recibir los mayores barcos, se convirtió muy pronto en centro estratégico para las operaciones navales de la monarquía. De Lisboa partió la expedición naval que, bajo el mando del primer marqués de Santa Cruz, Álvaro de Bazán, conquistó las Azores, donde derrotó a la flota del pretendiente portugués, dom António, formada sobre todo por barcos franceses. El núcleo de la flota de guerra española estuvo formado por los once galeones portugueses con armamento pesado tomados tras la anexión; Castilla no poseía todavía barcos de guerra de tanto tonelaje. Los mismos galeones portugueses serían poco después el núcleo de la Armada Invencible de 1588. Pero ya en los años ochenta el éxito de la acción de las Azores demostró que España era una potencia naval atlántica en alza.
David Goodman. El poderío naval español. 1997 (pág. 24)
La Gran Armada tuvo precediéndola en todo momento una flota inglesa de barcos más ligeros, cuya misión era informar a la Corona Inglesa de las evoluciones de aquella enorme fuerza de invasión. Fueron precisamente las tripulaciones de esta pequeña y audaz flota inglesa las que añadieron el apelativo de «Invencible» a la Gran Armada. Así pues, en sus inicios, el adjetivo de «Invencible» no tenía las connotaciones irónicas que la leyenda negra española le ha añadido con posterioridad.
Parece ser que, en efecto, los barcos españoles eran de gran porte y peso, precisamente para obtener una mayor estabilidad de navegación y, por consiguiente, mayor precisión en el tiro, cualidades muy adecuadas para el combate naval en las turbulentas aguas del Canal de la Mancha. Asimismo, los barcos estaban dotados de una artillería especial de gran calibre, potencia y alcance, servida por los mejores artilleros que pudieron reunirse. En efecto, la flota inglesa de seguimiento no pudo en ningún momento acercarse a la Gran Armada para hostigarla o retrasar su avance. Parece lógico pensar que el invento inglés del tiro rápido no llegaba para contrarrestar la potencia y precisión de tiro de la flota española.
Los barcos ingleses se mostraron más ágiles y maniobreros que los españoles, y su artillería, de mejor calidad, pero los galeones de la Armada Invencible fueron sólidos e imbatibles, estuvieron muy bien defendidos y nadie se atrevió a desafiarles a corta distancia salvo breves periodos de tiempo. Con el escaso porcentaje de acierto de la primitiva artillería de la época, la conclusión de los españoles fue que merecía la pena perseverar en la construcción de sólidos galeones, sobre todo, teniendo en cuenta que eran mucho mejores al abordaje, técnica que no hubo lugar a poner en práctica dadas las elusivas tácticas inglesas.
Víctor San Juan. La batalla naval de las Dunas. 2007 (pág. 36)
Gran parte de esta flota estaba compuesta con buques destinados al comercio con las Américas. Estos navíos solían ser naos grandes, pesadas y lentas, que se vieron difíciles de manejar en el canal de la Mancha. Esto no se debía a la ineficacia de los marineros ni a su poca experiencia, sino al hecho de que estas naves estaban diseñadas para navegar aprovechando los vientos alisios. Éstos se dan en el océano atlántico y se caracterizan por su constancia. En el canal no son raras las tormentas y allí se dan unos de los vientos mas traicioneros y cambiantes del mundo, con lo que los aparejos no eran los más adecuados para las aguas en la que se adentraba la flota española.

Desarrollo de la guerra

Otra idea que subsiste erróneamente es que el fracaso de la Grande y Felicísima Armada supuso un desastre decisivo para España, a raíz del cual Inglaterra se consolidó como primera potencia naval, se dedicó con total éxito e impunidad al saqueo de las flotas de Indias españolas y sometió a todo tipo de humillaciones a la desastrada marina española.
Como se ha mencionado previamente, el combate que la flota enviada por Felipe II sostuvo con la Royal Navy fue tan sólo una de las primeras escaramuzas de una guerra intermitente que comenzó en 1585, y en la que España terminaría por imponerse a Inglaterra en 1604. España se recuperó muy rápidamente del desastre, y Felipe II mandó construir una nueva flota tomando nota de las innovaciones introducidas por los ingleses en la batalla de Gravelinas y aunándolas con la mayor experiencia española en la construcción de barcos.
A partir de estos hechos y hasta el final de la guerra, España e Inglaterra consiguieron victorias a la par en los combates navales librados por ambos reinos, tanto en la mar como en tierra, con lo que la guerra se mantuvo en un empate de pérdidas de recursos para los países hasta el final. Mientras los ingleses saqueaban las posesiones españolas y no conseguían el objetivo de capturar una flota de Indias, la Armada española se preparó sin mucho éxito para invadir Inglaterra, repelió algún ataque inglés y los corsarios españoles capturaban toneladas de mercancías de barcos ingleses.
Felipe II refuerza urgentemente su escuadra, encarga doce nuevos galeones y para 1591, la reconstituida columna vertebral de su armada ya dispone de diecinueve de estos buques, entre los que encontramos tres nuevos, dos capturados a los ingleses, y cuatro veteranos supervivientes de Portugal [...] Alonso de Bazán, hermano del fallecido Álvaro de Bazán, procede contra Thomas Howard con una flota de 55 velas, logrando atrapar a los ingleses entre Punta Delgada y Punta Negra [...] Los ingleses huyen, pero el galeón Revenge [...] es abordado y apresado. [...] En 1595 (los ingleses) preparan la definitiva toma e instalación de una base en Panamá [...] con una flota de 28 barcos. Pero las cosas no fueron bien para los piratas [...] Al mando de Drake, marchan a Panamá, y es allí donde concluye su existencia sir Francis [...] Después de diversas vicisitudes, tan sólo ocho barcos de la expedición lograron regresar a la patria. Tras la contraofensiva inglesa Carlos de Amézquita desembarca en las costas de Cornwall [...] Siembra el Pánico en Penzance y otras localidades cercanas y se retira. [...]
Víctor San Juan. La batalla naval de las Dunas. 2007 (págs. 66 y 67)
En 1596 los ingleses saquean Cádiz. Al año siguiente intentan destruir en Ferrol una flota española, pero no lo consiguen por culpa de un fuerte temporal, y se marcan el objetivo de capturar la Flota de Indias en las Azores. El almirante Juan Gutiérrez de Garibay engaña a los ingleses y se escapa.
En 1597 los ingleses capturan y saquean San Juan de Puerto Rico, mientras que los españoles fletan el tercer intento de invasión de Inglaterra con 136 barcos, aprovechando que la flota inglesa está en las Azores, pero una gran tormenta les obliga a volver de nuevo a puerto. En 1600 Newport ataca Jamaica y al año siguiente Parker saquea Portobelo. A partir de ese año las operaciones navales no revisten importancia, hasta que se firma la paz en 1604.
Inglaterra permaneció a raíz de su enfrentamiento con España como una potencia marítima relativamente débil hasta mediados del siglo XVIII, cuando logró arrebatar el rango de segunda potencia naval a la marina francesa.
Por otra parte, es cierto que los nuevos barcos españoles eran más ligeros que los empleados para formar la Grande y Felicísima Armada, y esto les proporcionó una agilidad que, unida a la mejora del sistema de escolta de las flotas de Indias, permitió repeler la mayoría de los ataques de los corsarios y piratas ingleses, holandeses y franceses con un éxito rotundo y sin precedentes. La constatación de las grandes mejoras introducidas se deriva del hecho de que España fue capaz de transportar con total éxito durante la década de 1590 tres veces más cantidad de oro y plata de América que durante las décadas anteriores. De hecho, una flota pirata inglesa al mando de John Hawkins, enviada con el objeto de capturar la flota del tesoro española en 1590, fue totalmente derrotada por los buques de escolta.
La reflexión del historiador y diplomático estadounidense Garret Mattingly es esclarecedora:
[...] el ataque inglés a Portugal en 1589 terminó con el más rotundo de los fracasos, la guerra continuó todavía durante 14 años más, es decir, de hecho continuó mientras vivió la reina Isabel, para terminar en algo así como una retirada. Según algunos historiadores, la derrota de la Armada Invencible «marca el ocaso del imperio colonial español y el comienzo del británico». Resulta difícil comprender el por qué del razonamiento. En 1603 España no había abandonado a Inglaterra ni uno sólo de sus dominios de ultramar, mientras que la colonización inglesa en Virginia tuvo que ser aplazada de momento. La campaña de la Invencible tampoco «transfirió el dominio de los mares de España a Inglaterra»... La derrota de la Invencible no significó el fin de la marina española, sino su comienzo. Los ingleses podían invadir la costa española, pero no bloquearla. Drake y Hawkins soñaban con someter a Felipe impidiendo la llegada de las riquezas del Nuevo Mundo, pero el caso es que llegaron más tesoros de América a España desde el 1588 al 1603 que en ningún otro período de quince años de la historia española.
Garret Mattingly. La Armada Invencible. 1961. Grijalbo (pág. 465)
Por su parte, el doctor Rodríguez González, experto en Historia naval española también aborda la cuestión:
[...] creemos que basta conocer con algún detalle el tratado de paz firmado por entonces en Londres y Madrid para comprobar hasta qué punto la pretendida victoria inglesa brilla totalmente por su ausencia y es más una reelaboración de la historiografía victoriana del siglo XIX, que quiso adelantar nada menos que al siglo XVI la evidente hegemonía británica en los mares conseguida a finales del XVIII y comienzos del XIX [...] es cierto que los ingleses pudieron sentirse orgullosos de que ellos, una potencia hasta entonces considerada mediana, pudieran hacer frente y hasta ocasionar graves contratiempos a una potencia mundial como era la monarquía de Felipe II. Pero una cosa es haber sobrevivido, que no era poco, ciertamente, y otra, muy diferente, el haber ganado la guerra y con ella, el «Tridente de Neptuno».
Agustín Ramón Rodríguez González. Victorias por mar de los españoles. Biblioteca de Historia, Grafite Ediciones, 2006 (pp. 89–90)

Tamaño de las flotas

Otra tergiversación bastante común relativa a este episodio histórico es la idea de que la flota inglesa era muy inferior en número de barcos y de cañones a la española y que, a pesar de ello, los ingleses consiguieron con su pericia y astucia derrotar a la flota española. Esto es absolutamente falso, ya que en realidad, los barcos ingleses superaban en número a los españoles, a pesar de que la flota española superaba en tonelaje a la inglesa, y la flota española era, a priori, más poderosa. De hecho, la flota movilizada por la Royal Navy constaba de 226 barcos, frente a los 137 que componían la Grande y Felicísima Armada. En cuanto al número de cañones, ambas flotas contaban aproximadamente con el mismo número total de piezas de artillería (individualmente, los barcos españoles estaban mucho más artillados que los ingleses).

 Bajas inglesas

Siguiendo con otra de las tergiversaciones más extendidas, hoy en día es bien conocido el hecho de que los ingleses sufrieron menos bajas que los españoles en la batalla de las Gravelinas, y que los españoles, a su vez, sufrieron cerca de 10.000 bajas debido a un feroz temporal que los sorprendió bordeando las costas inglesas. Un hecho muy importante, y que al mismo tiempo es poco conocido, es que los marinos ingleses fueron a su vez diezmados por causas ajenas al combate, ya que unos 9.000 marineros ingleses fueron víctimas de sendas epidemias de tifus y disentería que estallaron a bordo de los barcos ingleses inmediatamente después del enfrentamiento con la flota española. Además, el ambiente en Inglaterra tras la batalla distó mucho de ser la algarabía de fervor patriótico y festejos por el fracaso de la invasión española que la mitología popular pretende. La realidad es que a la batalla siguieron todo tipo de disturbios y enfrentamientos políticos provocados por las penalidades pasadas por los combatientes ingleses, que murieron por millares en un total abandono, y que tardaron meses en cobrar sus sueldos debido a que la guerra llevó al borde de la bancarrota tanto a la corona española como a la inglesa.
El historiador británico Fuller se refiere a ello del siguiente modo:
[...] Felipe II no permaneció inconsciente a las calamidades de los bravos soldados y marinos que tanto habían arriesgado y soportado en el transcurso de aquella desastrosa cruzada. Hizo cuanto estuvo en su mano para aliviar sus sufrimientos y en vez de recriminar la derrota de Medina Sidonia, le ordenó que regresara a Cádiz y reanudara allí su gobierno. Muy diferente fue la conducta de la reina Isabel, cuya preocupación constante era la de reducir gastos. Al contrario de Felipe, no había nada de caballeroso ni de generoso en su carácter, y aunque el profesor Laughton exagera mucho al intentar disimular su tacañería, no existe duda alguna de que, de haber sido mujer de corazón como lo era de cerebro, hubiera resultado imposible que dejara morir de hambre y de enfermedad a tan alto número de valerosos marinos luego de conseguir aquella victoria para ella [...] tres días después de haber regresado de la persecución, escribe Burghley: «Las enfermedades y la muerte están causando estragos entre nosotros; resulta doloroso ver cómo aquí en Margate no hay lugar para estos hombres y muchos de ellos fallecen en las calles». Una vez más, el 30 de agosto insistió: «Es lastimoso presenciar cómo los hombres padecen después de haber prestado tal servicio... Valdría más que Su Majestad la reina hiciera algo en su favor, aun a riesgo de gastar unas monedas, y no los dejara llegar a semejante extremo, porque en adelante quizá tengamos que volver a necesitar de sus servicios; y si no se cuida más de esos hombres, y se les deja morir de hambre y de miseria será muy difícil volver a conseguir su ayuda»
J.F.C. Fuller. Batallas decisivas del mundo occidental. 2009. RBA Colecciones (pp. 381–382)

Ataques españoles a las costas inglesas

Artículo principal: Batalla de Cornualles
La más incomprensible de las tergiversaciones, que implican el desastre de la Armada española de 1588, es que este episodio con frecuencia es referido por historiadores anglosajones como un brillante ejemplo de la gran tradición defensiva inglesa que ha impedido, desde la invasión normanda del siglo XI, el desembarco en suelo inglés de cualquier fuerza hostil por poderosa que fuera. En realidad, tropas españolas atacaron y saquearon localidades inglesas en numerosas ocasiones, tanto antes como después del episodio de la Armada Invencible, si bien estos hechos suelen ser omitidos en la historiografía inglesa.
Durante la Guerra de los Cien Años, el almirante castellano Fernando Sánchez de Tovar asoló las costas inglesas durante 6 años (entre 1374 y 1380), saqueando múltiples localidades como Southampton, Plymouth, Portsmouth, Dartmouth, o Poole, entre otras, y llegando a incendiar, tras remontar el Támesis la localidad de Gravesend, a la vista de Londres. Años después, y durante el mismo conflicto, el corsario español Pero Niño, volvió a atacar en 1405 la península de Cornualles, asolando la Isla de Pórtland y saqueando Poole.
 Invasión de Carlos de Amésquita (1595)
Con posterioridad, ya durante la Guerra Anglo-española, volvieron a producirse numerosos desembarcos españoles en Gran Bretaña e Irlanda. Obviando los fugaces desembarcos que marinos españoles llevaron a cabo en las costas inglesas por motivos de aprovisionamiento de urgencia, en julio de 1595 (siete años después del desastre de la Grande y Felicísima Armada), una flota compuesta por cuatro galeras españolas al mando de Carlos de Amésquita, que patrullaba en aguas inglesas, desembarcó unos 400 soldados de los tercios en la bahía de Mount, en la península de Cornualles, al suroeste de Inglaterra para aprovisionarse. [3] Las milicias inglesas que aglutinaban a varios miles de hombres, y que eran la piedra angular de la defensa inglesa en caso de invasión de tropas españolas, arrojaron las armas y huyeron presas del pánico. Los españoles tomaron todo lo que necesitaban y quemaron las localidades de Mousehole, Paul, Newlyn y todos los pueblos de los alrededores. [4] Al final del día, celebraron una tradicional misa católica en suelo inglés, embarcaron de nuevo, arrojaron a todos los prisioneros por la borda, hundieron una embarcación de la Royal Navy que les había dado alcance y regresaron a España sin novedad, tras esquivar una flota de guerra al mando de Francis Drake y John Hawkins que había sido enviada para expulsarlos.[11]
Dos años después del ataque de Amésquita, en 1597, Felipe II volvió a enviar una flota de invasión contra Inglaterra, más poderosa que su precursora de 1588. Esta vez, partieron de España 160 buques, con 12.500 hombres, de los cuales 8.600 eran soldados veteranos de los tercios. Tras avanzar hacia las costas inglesas sin encontrar oposición, un fuerte temporal dispersó la flota, si bien en esta ocasión no se produjeron los catastróficos resultados de 1588. Aún así, siete barcos llegaron a tierra en las proximidades de Falmouth, desembarcando a 400 soldados de élite que se atrincheraron esperando refuerzos para marchar sobre Londres. Tras dos días de espera en los que las milicias inglesas no se atrevieron a hostigarlos, recibieron la órden de embarcar, pues la flota se había dispersado irremediablemente, regresando a España sin ningún contratiempo. Tras la vuelta de la flota inglesa, que había partido hacía tiempo para tratar de capturar la flota de Indias española, fracasando una vez más, se abrió una investigación por haber dejado indefensa la costa inglesa y poniendo a la capital en serio peligro, y fueron numerosas las acusaciones de traición abriéndose un juicio contra algunos mandos acusados de estar a sueldo del rey de España.

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